¿Estar perdido es no saber donde se está o no saber a donde ir? Me pregunté. Se que estoy perdido pero estoy aquí me dije y este puede ser un hecho que la actitud convierta en un inicio, mientras juntaba las pocas cosas que llevaba con migo.
Había aprendido a ver la sutil belleza del desierto en medio de su rigor indiferente a mis necesidades y no quería que mi estado de desesperación traicionara esa visión.
Se que perdí el rumbo de momento pero estar perdido o estar en algún lugar no son la misma cosa.
Así, empecé a caminar, el sol apenas se asomaba y en algunas lomadas contrastaban las sombras. El desierto a esa hora tiene un ritmo único, una cadencia que tal vez por breve se añora el resto del día. Tenía que encontrar agua pronto, a decir verdad no estaba más perdido que antes de llegar a este desierto, con la diferencia que ahora era la falta de agua la que me apremiaba y antes había sido mi ignorancia. No la ignorancia de las cosas del mundo que uno encuentra fuera, si no la de uno mismo, la de lo propio.
No era mas la urgencia de encontrar agua que la de encontrarme a mi mismo y era esa urgencia la que me trajo, esa sed insaciable que no reconoce sustituto. Solo en esas aguas se sacia la ausencia.
Eso que me trajo hasta el preciso lugar en el preciso instante, era eso lo que quedaba atrás lo que me había hecho llegar hasta aquí pero era lo que estaba adelante lo que me impulsaba a seguir. Lo incierto, tan incierto como yo en este infinito mar de sílice.
Hay algo de paz en hacerse uno con la muerte propia algo de humildad y reconciliación que nos unifica con la vida pensé, mientras se me doblaban las piernas y caía de rodillas.
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